quarta-feira, 29 de maio de 2013

La naturaleza real del matrimonio y las consecuencias de su adulteración

In ForumLibertas

Una vez más, Francia a vuelto a sorprender. Con la ley del 'matrimonio' homosexual aprobada, ha conseguido movilizar a centenares de miles de personas, sobre todo en la gran concentración de París, pero también en otras muchas poblaciones de Francia. En este caso, cuando se echan las cuentas, los medios de comunicación olvidan de manera reiterada que, además de la gran concentración humana que se ha producido en cada convocatoria en la capital francesa, también se han reproducido a menor escala grandes movimientos en términos relativos en muchas localidades de aquel país. La razón por la que esto sucede pensamos que radica en el hecho de que la sociedad francesa, a pesar de su laicismo institucional único en Europa y la gran secularización de su sociedad, tiene mucho más clara la naturaleza del matrimonio que en la desarmada España.

Aquí hemos pasado en un fugaz tránsito histórico, porque desde esta perspectiva el tiempo transcurrido no es nada, de la obligación del matrimonio religioso al homosexual en un plis-plas sin que a muchos se les cayera la dentadura por el camino. La razón profunda de por qué esto sucede es digna de meditación y de análisis, pero en cualquier caso el hecho está ahí y no ha sido suficientemente debatido ni profundizado. Las fuerzas sociales que defienden el matrimonio natural, clásico, el único que ha existido en la historia de la humanidad, una vez aprobada la ley se han desarmado no solo como agentes movilizadores sino incluso intelectualmente. Y así siguen. La actitud del PP, que controla o al menos controlaba una parte de este electorado, tiene mucho que ver, porque su menosprecio por cambiar esta ley dice mucho de la visión que tienen las elites dirigentes de nuestro país, incluso en sus sectores más conservadores, sobre el matrimonio.

El homosexualismo político postula que para conseguir su pleno reconocimiento han de poderse casar. Es un error profundo. El rechazo a la homosexualidad no se resolverá a base de que una ínfima minoría de personas del mismo sexo se casen. El problema es otro, pero en todo caso sí hay que subrayar que prosperan en su intento de transformar las instituciones de la sociedad para que estén pensadas a su servicio y no al de la mayoría. De ahí que en la legislación española ya no exista, derivado del matrimonio, el hecho del 'padre' y la 'madre', el 'marido' y la 'esposa', sino 'progenitores' y 'cónyuges'. El lenguaje es representativo de las profundas transformaciones mentales y políticas que el homosexualismo político persigue en una operación de diseño social a gran escala.

El resultado final es malo para todos, porque no solo no existe relación entre la mayor o menor tolerancia y el 'matrimonio' homosexual, como lo demuestra la historia, sino que además la destrucción de la idea del matrimonio conlleva graves consecuencias a medio y largo plazo. En realidad, la tesis del homosexualismo político ha prosperado en España y otros lugares en la medida en que previamente se ha degradado la concepción que del matrimonio tenían amplios sectores de la sociedad, que han empezado a rechazar cualquier compromiso fuerte con el mismo, que incorporara el largo plazo y la descendencia. Desde esta perspectiva, el 'matrimonio' homosexual es una derivada absolutamente lógica. Pero ésta no es la función social del matrimonio, esto no es un matrimonio. La finalidad del matrimonio y de ahí su reconocimiento prepolítico es otra: consiste en reconocer y fortalecer la única institución que es capaz de generar descendencia y educarla, socializarla en la forma adecuada. Nadie más es capaz de hacerlo. Si observamos las causas del crecimiento económico a largo plazo, veremos que tienen una estrecha relación con lo que acabamos de decir. Solo una economía muy marcada por la escuela neoclásica y por lo tanto por una ontogénesis liberal que ha dado papel solo al individuo sin contemplar la función económica de las instituciones sociales ha llevado a tamaño error, a prescindir del papel económico del matrimonio y de la familia que se genera. Es bien sabido que el crecimiento económico a largo plazo depende de la productividad y que ésta a su vez tiene, entre otros, dos componentes absolutamente determinantes porque son los que generan la mayor parte de aquélla. Se tratan del capital humano y del agregado que denominamos productividad total de los factores.

El capital humano está en función del rendimiento profesional en igualdad de condiciones técnicas y de inversión; y este a su vez del rendimiento escolar. Un mal rendimiento escolar, como norma general, va acompañado de un bajo nivel de capital humano. Pues bien, es notorio que el factor determinante de él es la familia y, concretamente, el capital social localizado en ella, que está determinado por la existencia de la pareja, del padre y de la madre, de la estabilidad del vínculo, del tiempo de dedicación a los hijos como factores más determinantes, por encima incluso, aunque también influye de una manera importante, del nivel de ingresos y la renta. En la sociedad del bienestar, que ha tenido una cierta cohesión social, los ingresos de los padres son menos decisivos que el capital social que posee aquella familia en términos de capacidad educativa.

Por otra parte, la productividad total de los factores se ve influida por el capital humano y por derivadas concretas del capital social en el entorno y de la propia empresa. Además, el sistema de bienestar, tanto público, a cargo de las instituciones, como privado, cuando quien lo realiza es la familia, guarda una fuerte relación con la existencia de matrimonios estables que garanticen la sostenibilidad familiar a lo largo del tiempo. El sistema del bienestar depende de la productividad, a la que ya nos hemos referido, y de otros factores más. A largo plazo, de la natalidad; y a corto y a largo, en la vertiente de los costes, por el mayor o menor dimensión de sus costes sociales y de sus costes de intermediación. El eliminar la idea de matrimonio, cuyo fin es la estabilidad para que pueda procrear hijos y cuidarlos adecuadamente, tiene una trascendencia económica frívolamente subvalorada y que está también en parte en el origen de aspectos concretos de la crisis que aún experimentaremos en mayor medida. No es que solo el 'matrimonio' homosexual tenga esta consecuencia, dado su carácter muy minoritario. No, no se trata de esto, sino que él constituye el estadio máximo, el símbolo máximo de desvirtuación del hecho matrimonial entre los heterosexuales. Y en este elemento de contagio es donde radica el problema. Acentúa la tendencia a degradar la naturaleza y fines del matrimonio y esa es la razón del rechazo que debe producir, de la misma manera que objetivamente la ruptura familiar, llevada al extremo de facilidad y en número que registra entre nosotros, es también una causa negativa que afecta a nuestra capacidad de bienestar y de prosperidad.