sábado, 4 de agosto de 2012

¿Por qué se cree más en la existencia de Sócrates que en la de Cristo?


Nadie ha dudado nunca de que Séneca muriera por ser condenado a ingerir cicuta, ni que Platón escribiera su famosa «República» ni tampoco que la emblemática «Ilíada» sea obra de Homero. En cambio, cada vez son más las investigaciones o novelas de ciencia ficción que pretenden cuestionar la versión histórica que la Iglesia ha sostenido durante dos mil años de la vida de Jesús. La paradoja es que, según teólogos y exégetas, las obras de estos escritores y pensadores anteriores o contemporáneos a Jesús no tienen, sin embargo, la fiabilidad de la que sí gozan los documentos que testimonian la vida de Cristo. Por tanto, según denuncia Romano Penna, profesor de Exégesis del Nuevo Testamento en la Pontificia Universidad Lateranense, estas nuevas interpretaciones de la vida de Cristo son sólo fruto de «simplificaciones laicas».

El  documental de James Cameron sobre «La tumba perdida de Jesús» es sólo un ejemplo más del intento, a veces desesperado, de demostrar la teoría de que Cristo estuvo casado con María Magdalena, tuvo hermanos e incluso descendencia. Sin embargo, en todos estos siglos de historia del cristianismo aún no ha sido posible probar ninguno de estos supuestos. «La Iglesia basa sus afirmaciones en la confianza en los testigos que convivieron con Jesús, en los datos que nos han transmitido y en la ausencia de otros datos que pudieran contradecir su testimonio. La Iglesia jamás ha creído “contra los datos”, ya que esto va contra la misma esencia de su fe», explica Ignacio Carbajosa, doctor en Sagrada Escritura.

De la misma opinión es Romano Penna, quien, en declaraciones a «Avvenire», explica que «Jesús llega a nosotros a través de aquellos que fueron sus discípulos: ninguno en el mundo antiguo contradijo nunca el testimonio de los primeros cristianos. La primera contestación de las fuentes cristianas se produce en el siglo XVIII, 1.700 años después». Por esta razón, Ignacio Carbajosa sostiene que «más bien habría que explicar cómo han surgido históricamente, mucho tiempo después de la vida histórica de Jesús, las interpretaciones contrarias. Por su lejanía respecto a los hechos, nacen sin fundamento en hechos reales, en el contexto de corrientes contrarias a la ortodoxia de la Iglesia».

La principal baza de la que dispone la Iglesia para creer en la figura histórica de Cristo tal y como se ha transmitido durante siglos son los evangelios, que fueron escritos entre los años 50 y 100 de nuestra era. «Hay que resaltar que las crónicas de la vida de Jesús que llamamos evangelios, escritas pocos años después de su muerte y resurrección, son los documentos mejor atestiguados de toda la literatura antigua», señala Carbajosa. De hecho, actualmente se conocen unas 5.600 copias de los evangelios originales y la primera de estas copias que se conserva sólo dista unos 40 o 70 años respecto a los textos que escribieron los propios evangelistas. La diferencia de años entre originales y copias que se conservan de otros escritos de la Antigüedad es mucho mayor. Por ejemplo, en el caso de la «Ilíada» de Homero, se conservan 643 copias y la más próxima al original se escribió 500 años después. Por su parte, de las obras de Aristóteles se conservan tan sólo 49 copias y 1.400 años separan las más tempranas de los escritos que firmó el propio filósofo.

Además de estos datos, Ignacio Carbajosa explica que los últimos descubrimientos arqueológicos del siglo XIX y del XX (en concreto, las excavaciones en Tierra Santa y los hallazgos de Qumrán) sólo han conseguido «arrojar más datos sobre la vida de Jesús y su contexto», y no al contrario. De hecho, la versión de la Iglesia sobre la vida de Jesús siempre ha salido airosa de todos los intentos de echarla abajo. «Pocos dudan de la figura de Sócrates. Sin embargo, si fuera sometido a la “crítica” feroz a la que ha sido sometido Jesús, hoy se afirmaría de él que en realidad no existió: fue una creación literaria de Platón. Jesús, sin embargo, resiste», señala el profesor.

Pero detrás de todas estas manipulaciones sobre la vida de Cristo no está sólo el negocio de Hollywood, sino que hay un transfondo más importante. Carbajosa aporta la clave: «Jesús sigue retando hoy, sigue siendo incómodo. Hoy sigue diciendo: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Una forma de censurar la presencia de la Iglesia y su pretensión de ser el cuerpo de Cristo, es la de minar su fundamento histórico: el mismo Jesucristo».